Del amor, desamor y otros impedimentos de Caracas

Una noche, en medio de una discusión de pareja que ya iba lejos, el decide cortar en seco la conversación y me suelta: «Vamos a dejar las cosas de este tamaño. Voy a calmarme, a respirar un poco. Voy a salir a caminar».
Escuche cada palabra en su tono. Calmarme. Respirar. Hasta que dijo:
S A L I R A C A M I N A R
– ¿Qué? ¿Salir a caminar? Tu eres loco…. ¿Vas y te pones un suéter para salir a ca- mi- nar con la brisa fría en la cara y todos felices? No, no, no. Deja la vaina. Allá abajo lo que hay es piedreros, chuzos, pistolas, hampa, mijo.
Respira aquí adentro de la casa todo lo que quieras. Hay suficientes ventanas así que quédate tranquilito, bajo techo en tu casa-.
Se quedo viéndome un minuto sin pestañear. Sin mayor contraargumento se dio la vuelta y se fue a respirar…. a la ventana de la cocina.

Allí recordé una escena que había visto tiempo atrás cuando salía de clase en el postgrado a las 7 y media de la noche: una muchacha como de 20 años discute con el novio en la entrada de Mc Donalds.
El la agarra, le tranca el paso.
Ella se sacude, le insiste bien obstinada que la deje quieta, que ya se puso fastidioso y en medio del ‘que tu y que yo’, se para firme y le dice: «¡sabes que! ¡me voy pal c…., chico!».
Camina media cuadra y se da cuenta del pasillo tenebroso de oscuridad que la separa de la estación del metro más cercana. Se queda parada en medio de la acera dos segundos, endereza la espalda, y resignada, se devuelve.
Consigue al novio en el mismo lugar porque apenas ella se fue, el se montó en el carro con bastante apuro pero cuando quiso salir había un carro que lo trancaba.
El otro, ajeno al lío, sencillamente se estacionó a las patadas y fue a comprar con toda su calma.
Yo estaba al otro lado de la acera (de chismosa) esperando que me buscaran y vi con la risa del absurdo todo lo que pasaba. El señor del puesto de perros calientes (donde estaba parada porque era el único que tenía un bombillito) veía conmigo la escena y hasta le hacia incisos a la historia.
El muchacho peleaba con el tipo que estaba adentro del local por pararse tan mal a punta de «¡mueve tu carro!».
Ella peleaba con el novio, otra vez, por pelear con un extraño que «sabe Dios quien es».
El extraño peleaba porque a punta de gritos ya tenía que pelear y ahora el otro «que se espere».
En esos laaargos y confusos cinco minutos todos terminaron hostiles, asustados y con los sentimientos alborotados, menos el romance.
La pareja se montó en el carro, bravos o por lo menos incómodos, y se fueron con un lío peor del que tenían cuando empezaron. Todo por mantenerse a salvo de una noche que apenas se estrenaba pero que ya era tan hostil que ni siquiera sirvió como telón de fondo de una posible reconciliación, al mejor estilo Clark Gable.
Caracas a veces es un chiste malo. Una burla a la cultura pop que conocemos del amor.